Ideología es una forma de filosofía social o política en que los elementos prácticos son tan prominentes como los teóricos; se trata de un sistema de ideas que aspira a explicar la totalidad del mundo y, en algunos casos, cambiarlo radicalmente, pues se encuentra imbuida en un “circuito cerrado”. El término “ideologie” surge en Francia en el siglo XVIII y es introducido por Destutt de Tracy quien afirmaba que la ciencia es el único camino de encontrar la verdad y proveer bienestar a la persona, pensamiento muy acorde con la mentalidad ilustrada de la época (Francis Bacon había sentado el antecedente el siglo anterior proponiendo a la ciencia como explicación de toda la realidad). La ideología por sus características intrínsecas reclama totalidad, necesita explicarlo todo. Muchas veces convertida en un proyecto de cambio al cargarse de fuerza social, se vuelve totalizante y exige totalitarismo, expresión política de su propia estructura. Necesitando un campo de acción tan amplio, las ideologías consumen la libertad del hombre, arrogándosela a sí misma, y, evidentemente, esto redunda en un proceso de secularización, al marginar todos aquellos elementos que no corresponden a ellas, el primero de los cuales es la fe, atacando directamente los valores espirituales de la sociedad.
Hasta este punto, he descrito muy sucintamente qué es y qué implica la ideología. Desarrollaré ahora los puntos principales que permitirán contrastar la realidad de una ideología con la de la filosofía. En primer lugar, la ideología es siempre parcial y tiende a absolutizar los “intereses que defiende”; por otro lado, ésta se presenta como explicación última y suficiente de todo, haciéndose totalitaria y obligatoria; y además, al ser totalizante, invade la libertad del hombre, mermando su dimensión espiritual (luego explicaré de manera más detenida este proceso). Hay un cuarto punto que es la proyección social que tienen las ideologías, que no desarrollaré, pero esta última es fruto de intereses de grupos determinados, mientras que la auténtica filosofía sólo sirve a la verdad. Y es precisamente este punto el eje transversal donde la filosofía puede dejar de serlo para convertirse en ideología: la filosofía no propone una parte de la verdad como “la Verdad”, sino que la busca con sinceridad e independencia.
Las ideologías defienden intereses y están cerradas sobre sí mismas, de modo que no puedan ser penetradas por ninguna influencia externa que pueda alterar sus conclusiones, muchas de las cuales son distorsionadas para que encajen en la ecuación. Hay dos problemas fundamentales aquí: el defender intereses creados, incluso en desmedro de la verdad, y, por otro lado, el absolutizar estas “seudo-verdades”, dándoles un carácter de inviolabilidad que ciertamente conduce a la incapacidad de salir del error cuando éste acontece. La filosofía es la ciencia que nos enseña a conocer con certeza, es decir, que se pueda decir por qué la cosa es lo que decimos que es. Se trata de conocer por las causas primeras o razones más elevadas, buscando los principios supremos que conciernen al orden natural. Lo que se busca conocer es todo lo que existe, y enriquecer así la inteligencia. Evidentemente no puede conocerse todo en todas sus causas, sino que en algunos principios (causas primeras) se encierra la naturaleza entera [4].
Las diferentes ideologías también suelen presentarse a sí mismas como la única explicación, “última y suficiente” de toda la realidad. Proponiéndose en esas condiciones, (de verdad exclusiva y total), la única opción es creer y seguir, “adherirse” a la ideología y a cada uno de sus preceptos, dado que, en principio, no habría otra posibilidad plausible. En cambio, la filosofía se reconoce como una ciencia que no puede conocer sino soluciones probables en bastantes puntos particulares. Este elemento “probable” es accidental a la ciencia como tal, sin embargo, el porqué más remoto, fundado en las causas primeras, aquello sobre lo que la razón no puede ir más allá, sobre eso precisamente versa la filosofía. Apoyándose en los hechos más simples y evidentes, parte de la experiencia cercana y desde allí se eleva a las causas y razones primeras [5]. Así, la filosofía no es totalitaria por su propia lógica interna y cerrada, sino por su objeto material (todos los seres) y por su objeto formal (las causas primeras). Y la filosofía tampoco se constituye a sí misma como obligatoria por presumir que posee conocimiento y explicaciones para cada cosa o por la autoridad misma de los principios que propugna (las ideologías establecen un circuito cerrado en el que la última verdad es, en realidad, que esta ideología se proponga como tal), sino porque se apoya en la evidencia que le procura la inteligencia. Sería largo tratar aquí la evidencia que la historia aporta para entender cómo, por un problema de método (entre algunos otros), la filosofía algunas veces ha caído en ideología [6]. Incluso, este problema de método implica en algunas ocasiones partir de algún a priori o de principios escogidos arbitrariamente: éstos, al no ser evidentes en sí mismos, requieren demostración, pero al excluir las primeras causas, deben hacerse saltos lógicos y otros artificios para mantener -al menos aparentemente- la coherencia. Un buen ejemplo de esto es San Agustín al relatar el motivo de su conversión a la fe cristiana. Afirma que le parecía que la doctrina católica mandaba creer con modestia y de ningún modo falazmente lo que no se demostraba, cuando las otras doctrinas prometían con arrogancia la ciencia, mientras que luego se obligaba a creer una infinidad de fábulas absurdísimas que no podían demostrar [7]. El gran problema de las ideologías es pretender la verdad excluyendo aquello que no sirve a sus fines, incurre en la hybris y luego, para encubrirla, deshonestidad. Pareciera que se cambia el papel mismo de la filosofía: de sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de las parcelas del saber humano -sin siquiera reconocer o aceptar esta degradación- y cual “razón instrumental” sirve ahora a los fines utilitaristas de los ideólogos y no a la verdad [8]. La filosofía recta siempre debe considerar cuál es su objeto formal y no desviarse del camino que le propone, pues estas causas primeras portan en sí mismas el rechazo a cualquier polarización exclusivista conducente al error, y el germen necesario de sinceridad intelectual, para enmendarse cuando es necesario.
Finalmente, expondré brevemente para introducir la tercera cuestión, cuál es el origen de las ideas. Extraemos nuestras ideas de nuestras sensaciones y de nuestras imágenes, de modo que ninguna cosa del objeto -en cuanto objeto de imagen o de sensación- pase a esas ideas. Así, las ideas permanecen en un plano superior al del objeto tomado en su individualidad -que es como lo conocemos a través de los sentidos- mediante una actividad de orden superior, que abstrae de los datos sensibles, “lo que la cosas es” al purificar los caracteres que constituyen la individualidad del objeto [9]. En resumen, nuestras ideas vienen de los sentidos (de las cosas mismas) mediante la actividad de una facultad espiritual, de orden superior, que rebasa los sentidos [10]. Al ser totalizantes, las ideologías reducen el espacio del hombre, lo delimitan exclusivamente a lo que la ideología propone, privándolo de mayores luces o fundamentos más esenciales y universales. El proceso del conocimiento es espiritual, por lo que requiere de esa dimensión elevada, superior, para poder darse. Las ideologías prescinden de esta dimensión, pues no es compatible con sus pretensiones holísticas, cerrando al hombre a tan esencial dimensión de su existencia y reduciendo el horizonte de la Verdad a alguna verdad parcial.
Rafael Fernández Concha
Colaborador de Cooperatores Veritatis
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[1] Puebla, 535.
[2] Pablo VI, Octogesima adveniens, 28.
[3] Ver Puebla, 536-537.
[4] Ver Jacques Maritain, Introducción a la filosofía, Club de Lectores, Buenos Aires 1967, pp. 82-86.
[5] Ver allí mismo, pp. 116-117.
[6] Ver Luis Fernando Figari, Aportes para una teología de la Reconciliación, Fondo Editorial, Lima 2000, pp. 133-145.
[7] Ver San Agustín, Confesiones, VI, 5, 7: CCL 27, 77-78.
[8] Ver Fides et Ratio, 47.
[9] Ver Jacques Maritain, ob. cit., pp. 144-147.
[10] Allí mismo, p. 149.