"¡Testimoniad la fe a través del mundo digital! ¡Emplead esas nuevas tecnologías para dar a conocer el Evangelio de modo que la Buena Nueva del amor infinito de Dios por todos resuene de maneras diferentes en nuestro mundo cada vez más tecnológico!".
Benedicto XVI

miércoles, 22 de octubre de 2008

¡No tengas miedo!

El pasado fin de semana se realizó en Lima un congreso de estudiantes escolares católicos llamado Vivencia. Vivencia es un Congreso de Estudiantes Católicos que busca ofrecer a los jóvenes de los últimos años del Colegio un espacio de encuentro con Dios a través de actividades espirituales, pláticas sobre temas que devienen del lema escogido, momentos de diálogos en grupo, en donde los estudiantes descubren que son valiosos sus aportes para poder iniciar un cambio y que primero deben comenzar por ellos mismos. Asimismo hay juegos, teatro, videos, entre otras actividades.

El lema de este año fue "¡No tengáis miedo!, Él no quita nada y lo da todo", como se puede ver muchas de las reflexiones se dieron en torno a lo que experimenta el joven actual: El miedo.

Pero, ¿miedo a qué? ¿A una persona, una cosa, o un animal? En realidad es un miedo más profundo: a comprometerse, a arriesgarse, a tomarse las cosas en serio; miedo a perder, a no ser correspondido, a ser engañado, a quedarse solo. Son cosas que los jóvenes de ahora sienten; y este es un miedo que te paraliza, que te angustia, que te inhibe, que te hace retroceder ante una situación y que bloquea la mente evitando que pueda responder de la manera adecuada en el momento oportuno. Y esto genera una frustración en la persona, al no poder desplegarse a causa de este miedo.

Para poder avanzar, seguir adelante, desplegarnos debemos vencer ese miedo... pero, ¿Cómo?



Recuerdo que cuando era niño, tenía miedo de caerme al aprender montar bicicleta, pero recuerdo que mi papá me dijo: "No te preocupes, yo estoy acá contigo. Si te caes yo te agarro." y fue así como recuperé la confianza y me aventuré a montar bicicleta. Como este ejemplo puedo poner muchos al respecto, de que una de las mejores maneras de vencer el miedo es confiando en alguien, que te puede ayudar a superar el miedo. En el último ejemplo confiar en mi papá me hizo superar el temor de caerme y lograr montar la bicicleta.

Esta confianza en alguien debe tener algunas características. En primer lugar se debe confiar en una persona que siempre diga la verdad. La honestidad siempre es importante y es el primer paso para una mutua confianza; si sabes que una persona te dice siempre la verdad, tienes la seguridad de que para ayudarte no te mentirá (o en su defecto si no tiene la capacidad de ayudarte te lo dirá y no te engañará). Otra característica es que esta persona quiera lo mejor para ti, osea que debe desear tu bien, porque eso lo va a llevar a esforzarse al máximo por ayudarte. Una tercera característica que debe tener una persona para poder confiar en ella es que tenga autoridad en lo que dice y hace: nadie que no sabe manejar un avión te va a decir que sí puede hacerlo, pues no tiene autoridad en aeronáutica. Del mismo modo alguien que te va ayudar debe estar capacitado para hacer lo que dice.

La cuarta característica que debería tener esta persona es que te conozca y que no te juzgue. Es importante que uno confíe en ti para ayudarte, que no tenga reparos en arriesgarse por ti, y eso sólo lo hace una persona que no te juzga a pesar de que sabe cómo eres. Una quinta característica es que esta persona tenga personalidad, para que pueda mantenerse firme en su decisión, a pesar que las cosas se pongan difíciles. Esta es una característica de deberían tener todos nuestros amigos, ya que se mantienen con nosotros en las buenas y en las malas.

Por último, y lo más importante, la sexta característica que debe tener una persona para que confiemos plenamente en ella para vencer nuestros miedos es que pueda vencer cualquier mal.

Ante esto sale la pregunta ¿Quién es capaz de cumplir todas estas características? Particularmente yo no conozco a ninguna persona que pueda vencer cualquier mal. Y esto nos deja sólo una opción: en quien podemos confiar plenamente para vencer nuestros miedos es en el Señor Jesús.

Porque como sabemos él siempre dijo la verdad. Fue una persona honesta y sincera, aunque eso le costara la enemistad de muchos. Él no tenía miedo de decir lo que pensaba y lo decía con claridad. Esto lo podemos ver en la manera como le hablaba a los fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!” [1]

Obviamente que también Él quiere lo mejor para nosotros siempre, pues vino a este mundo para enseñarnos cómo debemos vivir para alcanzar nuestra felicidad [2].

Jesús siempre tuvo autoridad cuando hablaba y cuando actuaba, cabe recordar que siempre hablaba con autoridad en la sinagoga [3]. Él no habla por hablar sino que sabe muy bien de lo que habla, conoce y entiende; no es ajeno a la realidad, y es por eso que puede alzar la voz y hacerse escuchar. También hay que recordar la energía con la que corrió a los mercaderes del Templo [4].

Él nos conoce, conoce nuestros pecados y nuestras miserias, y aún así nos sigue amando. Cuando los fariseos le llevaron al Señor Jesús a la mujer adúltera para que la condenara a ser apedreada, Él no la juzgó y le dijo que ya no peque más, sin importar lo que ella pudo haber hecho antes [5].

El Señor Jesús también tiene una personalidad impactante, Él era manso, espiritual, profundo. El pasaje más representativo de esto es el momento de la Pesca Milagrosa [6], donde Él le pide a Pedro algo impensable: echar las redes al mar luego de una larga noche sin frutos en la pesca. Pedro pudo haberse negado a esta petición, pero lo que respondió fue: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echaré las redes». Después de esto Pedro lo deja todo para seguir a Jesús, confiando plenamente en Él.

Otro ejemplo de la personalidad de Jesús es cuando estaba en Nazaret y los pobladores intentaron despeñarlo, pero Él, antes de que lo empujen por el barranco, se abrió paso entre ellos y se marchó [7]. ¿Cómo habrá sido la mirada de Jesús (y su postura) para poder abrirse paso entre la gente que quería despeñarlo? Algo realmente fuerte para haber realizado eso.

El Señor Jesús también venció todos los males. Pero no hablemos de enfermos curados, ciegos que vuelven a ver o cojos que pueden andar, si no del mal más grande de la humanidad: la muerte. Jesús en la cruz venció a la muerte y nos hizo partícipes de la vida de Dios nuevamente.

Estas son sólo 6 razones por las que podemos confiar plenamente en el Señor Jesús, Él nunca nos abandonará si hacemos una opción por la verdadera vida cristiana; y mucho menos nos quitará algo que queremos: lo único que nos puede quitar es la tristeza o nuestros males para darnos gracia y bendiciones, y si nos llega a quitar algo bueno es para darnos algo mucho mejor.

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[1] Mt. 23, 27
[2] Ver Gaudium et Spes, 22)
[3] Ver Lc. 4, 16-28
[4] Ver Mt. 21,12-17
[5] Ver Jn. 8, 1-11
[6] Ver Lc. 5, 1 - 11
[7] Ver Lc. 4, 22 - 30

martes, 14 de octubre de 2008

El uso de la guitarra dentro de la Misa y también sobre los aplausos

He encontrado éste pequeño texto sobre el uso de éste instrumento y sobre los aplausos en la liturgia, lo encontré en grupo de yahoo llamado "cfsanbernardo" y quería compartirlo con ustedes pues me pareció muy importante abordar éste tema tan polémico.


Para entrar en el tema del uso de los instrumentos en la liturgia, y en particular de la guitarra, no estaría de más recordar, como enseña el Card. Ratzinger, que «la liturgia cristiana se define por su relación con el Logos» (seguimos libremente, J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, ed. Cristiandad, Madrid 2001, 171-179). Esto, en un triple sentido:

1. En la música litúrgica, basada en la fe bíblica, hay una «clara primacía de la palabra». De aquí se sigue «el predominio del canto sobre la música instrumental (que de ningún modo ha de ser excluida)».
2. El canto logra superar las palabras, que muchas veces no alcanzan para expresar la inefabilidad del misterio, pero no supera la Palabra (el Logos), por lo que se hace necesaria la música. Ahora bien, «la liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música». Una música que «arrastra al hombre a la ebriedad de los sentidos, pisotea la racionalidad y somete el espíritu a los sentidos», no eleva al hombre. Por eso la música litúrgica debe ser tal que, superando la sensualidad, eleve el corazón (sursum corda, “levantemos el corazón”).
3. «La música humana es tanto más bella cuanto más se adapte a las leyes musicales del universo». La liturgia debe ser cósmica, es decir, abierta al canto de los ángeles «que rodean a Dios e iluminan el universo». «Nosotros, al celebrar la Santa Misa, nos incorporamos a esta liturgia que siempre nos precede. Nuestro canto es participación del canto y la oración de la gran liturgia que abarca toda la creación». Por tanto, en la liturgia, los cantos deberían ser tales que se puedan cantar en presencia de los ángeles. Los instrumentos son el coro de las criaturas que acompañan la voz del hombre en la alabanza divina.

Pues bien, sobre estos principios, reformulamos la pregunta: ¿puede utilizarse la guitarra en la liturgia? Creemos que no puede excluirse de plano, sino que su aceptación dependerá del tipo de música que se sirva de ella, y de su modo de ejecución.

En la música litúrgica judía, se utilizaban instrumentos de cuerda para «acompañar» (y subrayamos este verbo, «acompañar») el canto de los salmos. De hecho, «psalterio», viene del griego, «psallein» (traducción del hebreo «zamir», que significa «pulsar» (una cuerda) o «puntear», y salmodiar es cantar con acompañamiento de una cítara o un arpa, o un instrumento afín. De aquí se puede colegir la exclusión de la guitarra «rasgueada», que privilegia el ritmo, y se pone sobre la palabra y al nivel de los sentidos. En efecto, la guitarra así tocada, resuena en el corazón, pero no lo eleva.

Los Papas siempre se han preocupado de corregir los abusos en materia de música litúrgica, sobre todo para que la liturgia no se confunda con una teatralización de tipo operístico. Así, por ejemplo, Benedicto XIV, en la Encíclica Annus Qui, de 1749, delimitó el uso de los instrumentos musicales, admitiendo: «...el órgano, también violones, violoncelos, fagotes, violas y violines» y excluyendo «los timbales, los coros de caza, las trompetas, los oboes, las flautas, los flautines, los salterios modernos, las mandolinas e instrumentos similares, que sólo sirven para hacer la música más teatral». Aquí se circunscriben las guitarras. Sin embargo, la preocupación estaba dirigida no tanto a ciertos instrumentos sino a aquellos que representaban este tipo de música. «De forma semejante, Pío X intentó, entonces, alejar la música operística de la liturgia, declarando el canto gregoriano y la gran polifonía de la época de la renovación católica (con Palestrina como figura simbólica destacada) como criterio de la música litúrgica. Así, la música litúrgica se ha de distinguir claramente de la música religiosa en general...» (J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia..., 169).

Si tenemos en cuenta el uso actual de la guitarra, esto es, para el folclore o canto popular, el canto melódico, incluso, el rock (con la guitarra eléctrica), no parece que sea un instrumento adecuado para la liturgia, pero si se toca con arte y punteando, de manera que sirva de acompañamiento, creemos que podría usarse, como pueden usarse la cítara y el arpa. El problema, de todos modos, estaría en ¿para qué tipo de música que sea apta para la liturgia, puede ser utilizada la guitarra como instrumento de acompañamiento? ¿Y a qué textos velará con su sonido?

Tal vez su uso litúrgico, pues, se vea reducido al acompañamiento de los salmos en la liturgia de las horas, a modo de cítara o arpa. Esto no obsta a que se use este hermoso instrumento para otro tipo de cantos religiosos, pero extra-litúrgicos, así como por ejemplo, en algún tipo de reuniones y jornadas.

La Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II, establece: «Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.

En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor del artículo 22, Par. 2, 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles» (n. 120).

En cuanto a los aplausos en la liturgia, digamos, ante todo, que se oponen al decoro y la belleza propios de la liturgia. Se trata del culto de la Esposa de Cristo, en el que deben resplandecer el orden, la mesura, y las manifestaciones contenidas.

Hay manifestaciones artísticas que se introducen en la liturgia para hacerla más atractiva, como por ejemplo la inclusión de una danza antes del Evangelio, que generalmente terminan en aplausos espontáneos por parte de los fieles, «lo cual está justificado, -dice el Card. Ratzinger, si se tiene en cuenta, propiamente hablando, su talento artístico». Pero, -concluye el actual Pontífice-, «cuando se aplaude por la obra humana dentro de la liturgia, nos encontramos ante un signo claro de que se ha perdido totalmente la esencia de la liturgia...» (El espíritu de la liturgia. Una introducción, ed. Cristiandad, Madrid 2001, 223).

Cuando se aplaude, ¿a quién se aplaude? Si se aplaude a una persona por un discurso, o porque ha hecho sus votos religiosos, o se ha casado, o porque ha cantado muy bien, etc, estamos ante una desnaturalización de la liturgia, que es el culto que se tributa a Dios y no al hombre, aunque sea porque se quiera alabar en el hombre, las “maravillas” de Dios.

Por el contrario, si es a Dios a quien se aplaude, entonces hay que decir que la liturgia tiene sus modos de alabar a Dios y de expresar el júbilo, y es mediante las aclamaciones, esto es, el canto del Aleluya, del Amen, del Deo gratias, etc. Los aplausos están muy ligados al uso profano. Pongamos un ejemplo. Así como en la liturgia hay modos propios de saludar y no cabe un cotidiano y vulgar “¡Buenos días!”, sino un bíblico (aunque no menos sencillo), “¡El Señor esté con vosotros!”, acompañado de un extender y juntar los brazos por parte del que saluda (como un modo estilizado y litúrgico del abrazo humano), así tampoco caben los aplausos en señal de aprobación o confirmación, o bien como expresión de júbilo, pues estos sentimientos del alma tienen su modo estilizado en las aclamaciones.

lunes, 6 de octubre de 2008

Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2008


Como muchos sabemos, la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el cual es el evento juvenil más grande en el mundo, fue celebrada en Sidney, Australia del martes 15 al domingo 20 de Julio de 2008 y fue presidida por el santo padre Benedicto XVI, el cual se dirigió a miles de jóvenes en sus diferentes intervenciones, de hecho existen diversas páginas en donde pueden encontrar los textos que el papa nos dirijió (porque también se dirijió a nosotros, es decir a los que no pudimos ir) y que en muchas ocasiones nos alentaba a ser valientes, a no tener miedo en anunciar al Señor Jesús en nuestra vida diaria entre otros muchos mensajes de aliento y esperanza. Acá les dejo con algunas páginas en donde pueden encontrar éstos textos:

- Página oficial
http://www.wyd2008.org

- Especial en ACI Prensa
http://www.aciprensa.com/jornadas/jmj2008/

- Programa,noticias y mensajes en la página del Vaticano
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/travels/2008/index_australia_sp.htm


Por otro lado quiero comentarles, y es que también es parte de mi papel en el blog, que después de éste grandioso evento, algunos de los organizadores hicieron una red social para aquellos que participaron y también para el público en general, que busca tener un espacio en Internet donde puedan compartir todas la experiencias vividas con el Santo Padre en la Jornada Mundial de la Juventud. Ésta página es:

- Official WYD Social Network
http://www.xt3.com

Espero que puedan registrarse y puedan compartir ésta experiencia con los jóvenes católicos que fueron a encontrarse con el papa Benedicto XVI y con aquella Iglesia jóven reflejada en la alegría de los asistentes.

El misterio de los santos ángeles y nuestra vida terrestre



En nuestra visión del mundo, muchos han olvidado a los santos ángeles. ¿Pensamos que nos aman en Dios como “prójimos” y que tenemos el deber de amarlos como tales? ¿Sabemos también que podemos unirnos a su visión de Dios? ¿Nos aliamos con ellos en el secreto de la Nueva y eterna Alianza en la sangre de Cristo?

Recordemos, primeramente, con el cardenal Journet, uno de los grandes teólogos de los tiempos modernos, que “los ángeles no se revelan sino a los que los aman y los invocan”.

Los ángeles son dignos de ser amados en su amante naturaleza voluntaria y en su elevación sobrenatural. Jesús nos habla de los “santos ángeles” (Mt XXV, 31). Son santos porque cumplen perfectamente su deber de alabar a Dios y de amarnos por amor a Cristo, su Creador y el nuestro. Para ellos no somos extraños, sino miembros de la familia de Dios. Encomendados a su ministerio salvífico, nosotros debemos heredar con ellos la salvación eterna (cf. Hb 1, 14). Tienen por nosotros un amor no sólo natural, sino además sobrenatural, porque contemplan en nosotros imágenes de Dios, destinados a ver, con ellos, a Dios cara a cara (cf. Mt., XVIII. 10).

Nos aman, también, en tanto que estamos agrupados en la naciones que protegen en su pluralidad hasta la proclamación del evangelio. El orden cósmico, (especialmente las especies animales cercanas al hombre) se benefician con su intercesión. Catecismo de la Iglesia católica 57). Los ángeles dominan la historia. Bajo la providencia de Dios creador y señor gobiernan el mundo (Daniel X, 13-21), es decir lo orientan hacia su fin, Cristo Jesús. Su oración obtiene la creación de los hombres. Son los ángeles de Cristo (Mt. MT., XIII, 41).

Nuestro deber de amarlos recíprocamente en Él se manifiesta cuando les invocamos a favor de los hombres que no conocen, todavía, a su salvador crucificado. Son nuestros prójimos más cercanos.

Cristo, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (331), es el centro del mundo angélico, lo mismo que del mundo humano. Los ángeles están a todo lo largo de la historia de salvación y de nuestras vidas. Nos anuncian la Buena Nueva, la Encarnación y la Resurrección del hijo del hombre. Nos anuncian el juicio (Mt. XIII, 42-50) y nos preparan para él (Mt XXIV, 31-36).

Por tanto, no es sorprendente que la Iglesia haya aprobado, el 31 de mayo 2000 una “consagración de los santos ángeles”, confiada al Opus angelorum. Es un don de sí a personas definitivamente santas. Un don de sí encarnado en la gracia del bautismo.

La comunión con los ángeles culmina en la celebración de la liturgia. La Iglesia se junta a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo, Ella venera a los santos ángeles con un afecto particular. Solicita el auxilio de su intercesión, particularmente para pedir la paz entre los hombres.

Los santos y los hombres pecadores pertenecen, conjuntamente, a la única Iglesia. La comunión de la Iglesia la Iglesia engloba a los santos ángeles. Consagrándonos a ellos, queremos honrarlos y darles las gracias. Nos aliamos con ellos contra Satán y por la mayor gloria de Dios.

Los ángeles participan, dice santo Tomás de Aquino, en todo lo que es bueno para nosotros. Dios ha querido la diversidad de sus creaturas y su bondad propia, su interdependencia y su orden (Catecismo de la Iglesia católica, 350 y 353). Nuestra consagración a los ángeles significará nuestra consciencia de depender de ellos. Los ángeles, los santos ángeles no se revelan sino a los que los aman y los invocan. Es el caso de la Iglesia universal en sus liturgias.


Escrito por Bertrand de Margerie S.J.
Revista de escritores católicos (Francia)
Enero de 2003
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
Colaborador de Cooperatores Veritatis
Fuente: ACI Prensa

Conociendo mejor el Purgatorio


El Espíritu anterior de las delicias reservadas a las almas del Purgatorio.

Leemos en los Anales de la Esperanza, publicados bajo la dirección del P. Blot: A los que practican el culto a los muertos, hay que enseñarles que el divino Paráclito o el consolador de la Iglesia militante, es también el consolador de la Iglesia sufriente. Los consuela, dice, a los que han pasado a las llamas expiatorias mediante la esperanza y la caridad que llevan en su alma; los consuela con la asistencia de sus Ángeles Guardianes, que les enseñan que la Iglesia militante ofrece a la justicia, para atemperar o acortar sus penas. Santa Catalina no teme decir que el alma justa termina de purificarse en en su prisión temporal a través “del incendio del amor divino más que por los ardores de un brasero material”. Dios atrae siempre y abrasa con el fuego de su amor al alma hasta haberla restablecido a su primera pureza. Y como no puede seguir esta atracción de Dios, cuya mínima demora le es le es tan penosa, como su ardiente deseo de ir hacia Él se encuentra impedido, siente entonces una pena que es propiamente la pena del Purgatorio. Está abrasada de tal manera del deseo de poseer a Dios y de ser transformada en Él, que es éste su principal Purgatorio. Pero este amor, que procede de Dios de Dios y que resurge tan fuertemente en esta alma, le causa un placer inconcebible, y es ésta última palabra y las líneas que la preceden lo que parece justificar el subtítulo de este libro: “Las delicias en los sufrimientos”; pero a lo largo de estas páginas no dejaremos de dejar bien establecido todo lo que hay de terrible en esas llamas devoradoras. Las llamas de la tierra son menos que una chispa, en comparación de este brasero de intensidad inimaginable.

Si hace falta presentar una autoridad mayor, tomaremos del pensamiento san Francisco de sales, el más dulce de los doctores, el verdadero sentimiento que debemos tener en nuestras meditaciones acerca del Purgatorio. Decía en sus escritos que nuestro pensamiento del Purgatorio debía ser mas consolador que aprehensivo. Se lamenta de que los que presentan al Purgatorio no hacen sino cargar las tintas en la descripción que las almas padecen, sin hablar del perfecto amor de Dios y de su unión a la divina voluntad , unión tan fuerte y tan invariable que no está en su poder e menor movimiento de impaciencia o de pena, ni querer otra cosa que aquello que le place a Dios, que experimentan. Los tormentos, es cierto, son tan grandes que los dolores más extremos de esta vida no pueden comparárseles; pero también las satisfacciones interiores son tales que no hay prosperidad ni contentamiento sobre la tierra que los pueda igualar, de tal suerte que bien sopesado todo, el estado de las almas en Purgatorio es más deseable que detestable, y la palabra del santo Doctor justifica la elección de nuestra divisa, como encabezado de este opúsculo: después de las dichas del cielo no hay mayores que las del Purgatorio. Santa Catalina dice que en el cielo hay más dicha.

El apóstol san Pablo en su admirable epístola a los Gálatas (V, 22 y 23) nos describe los frutos inefable del Espíritu Santo. La enumeración es de las más consoladoras; la primera es la caridad la segunda el gozo, la tercera la paz; ahora bien, ya en la tierra del exilio y valle de lágrimas el Espíritu santo procura a las almas estos tres primeros frutos, ¿cómo suponer que los retira a las almas sufrientes en el valle de la expiación después de la muerte?. La caridad es ya, aquí abajo, la fuente y el origen de otros frutos enumerados por el gran apóstol; la dicha del alma cristiana proviene de una conciencia pura y serena, despojada de las turbaciones del espíritu; la paz es el estado habitual del alma que vive en gracia de Dios; ahora bien, estos hermosos frutos del Espíritu santo no hacen sino aumentar en el alma liberada de la prisión de su cuerpo que ha recibido el perdón entero de sus faltas y que no le queda sino sufrir la pena debida a sus pecados borrados y perdonados.

A estos tres primeros frutos, san Pablo agrega otros cuatro que encontramos en las almas del Purgatorio: la paciencia, la benignidad, la bondad y la longanimidad; sí, la paciencia, porque el alma sufre con coraje y constancia las penas que sabe que ha merecido; la benignidad, benignitas, es la condescendencia afectuosa con los sufrimientos que sufre; la bondad: el alma, que está hecha a imagen de Dios no puede perder después de esta vida este rasgo de semejanza con un Dios Bueno. Finalmente, la longanimidad; sobre todo si sus sufrimientos deben ser prolongados, el alma tiene necesidad, más que nunca, de este fruto bendito del Espíritu Santo. Los cinco últimos frutos del Espíritu, son la mansedumbre, la fe, la modestia, la continencia y la castidad. La mansedumbre que forma un singular contraste con la rabia y la desesperación de los desgraciados condenados por la calma del dolor en lugar de las blasfemias vomitadas por el infierno. La fe, es decir la confianza inalterable en las promesas divinas de una felicidad inexpresable después de la expiación. La modestia sobre el rostro es la expresión de la belleza interior y del apaciguamiento de todo tumulto del alma. El alma que sufre es aún más bella que en estado de gracia de la que hablaba el cura de Ars. Si nos fuese dado verla, decía, la encontraríamos tan bella que estaríamos tentados de tomarla por una divinidad y de prosternarnos para adorarla. Finalmente la continencia y la castidad, esos hermosos frutos espirituales sobre la tierra, nos ponen a resguardo de las luchas intestinas y de los asaltos del demonio impuro. El alma ya no tiene que temer en lo absoluto, a este respecto, en los suplicios del Purgatorio. ¿No está permitido concluir que esos frutos del Espíritu Santo, bastante más abundantes en el Purgatorio que en la tierra, deben producir y hacer experimentar a esas castas esposas bien amadas y sufrientes algo de suave y de delicioso que no podemos expresar, porque no nos ha sido dado todavía, debido a nuestras imperfecciones espirituales, sentir una suerte de degustación anticipada en el fondo de nosotros mismos?

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1 Esprit de saint François de Sales, por Mons. Camus, Iª edición, 1641, volumen 6º, 16ª parte, 18ª sección

Escrito por Abate J. Cellier, Cura de Mirville
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
Colaborador de Cooperatores Veritatis
Fuente: ACI Prensa