"¡Testimoniad la fe a través del mundo digital! ¡Emplead esas nuevas tecnologías para dar a conocer el Evangelio de modo que la Buena Nueva del amor infinito de Dios por todos resuene de maneras diferentes en nuestro mundo cada vez más tecnológico!".
Benedicto XVI

sábado, 21 de febrero de 2009

Sentido



Sentido

Una vez aprendí
que las estrellas eran inmensas esferas
de gas incandescente y luminoso
que desde tiempos remotos arden a años luz de distancia
y me di cuenta de que era mentira:
que las estrellas no son más que guías para el navegante
socorro del extraviado
inspiración del poeta
anhelo del soñador.

Me dijeron una vez que por misteriosos azares
las flores a lo largo de los siglos
adoptaron sus diversas formas,
colores y fragancias
para sobrevivir, para enfrentar su entorno.
Y me di cuenta de que era absurdo…
que esas damas engalanadas
nacen y florecen
inconscientes de tanta belleza
que deleita solamente a los ojos humanos.

Me enseñaron los entendidos,
que la inmensa masa de agua salada
que cubre la parte mayor de esta roca en que vivimos,
se mueve en compás interminable
por influjo de la luna y acción de la tierra
que la hacen danzar en las costas.
Solo para ser arrullo,
para ser música
para traer la paz al espíritu agobiado
que escucha la hermosa cadencia del concierto de las olas
o el terrible estruendo del mar enfurecido.

Siempre escuché que las montañas imponentes
se formaron en el amanecer del mundo
con la colisión de enormes placas de piedra,
que luchan a miles de metros bajo nuestros pies
y que nunca veremos
y como espinas se alzaron por tal fuerza hacia el cielo
Sólo para aparecer ante nuestra absorta mirada
como enormes pilares del firmamento
como eternas moradas del tiempo
como níveos hitos que apuntan a lo alto
y nos hablan de la inefable inmensidad de lo eterno,
con la áspera solidez de su grandeza
arraigada a las entrañas del orbe
y la temeraria ligereza de sus blancas cumbres
tocando el azul infinito…
Y sumido en la majestuosa visión del espectáculo inenarrable
el hombre sueña, añora, alcanza, vence.

Y quisieron que creyera
que el hombre, embelesado por tanta gloria
no era más que un paso adelante
una obra fortuita de fuerzas sin nombre
un ser más apto que delira con ser libre.
Un accidente en medio
de las montañas inmensas,
del océano terrible
y de las estrellas incontables.

Pero este hombre, intrigado e inconforme
alza los ojos a lo alto
en busca de la verdad
que su nostálgico interior reclama

porque el perfecto diseño de las luces en el cielo
la potencia silenciosa de los pilares de piedra
la gala encantadora de las flores en danza
y la armoniosa sinfonía
que con voz inhumana entonan el mar y las aves,
fueron compuestas por alguien
en el alba de la historia
para un único espectador asombrado,
ante cuyos sentidos y razón
todo cobra sentido y razón de ser

Y el pequeño y libre ser
que en medio de tanta belleza
es el único que la descubre,
que se conmueve,
que la hace suya,
vislumbra través de la obra perfecta
ante sus sentidos extasiados y su corazón inquieto
al amoroso Autor de sus días.


Gabriel Hinojosa