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Benedicto XVI

lunes, 6 de octubre de 2008

Conociendo mejor el Purgatorio


El Espíritu anterior de las delicias reservadas a las almas del Purgatorio.

Leemos en los Anales de la Esperanza, publicados bajo la dirección del P. Blot: A los que practican el culto a los muertos, hay que enseñarles que el divino Paráclito o el consolador de la Iglesia militante, es también el consolador de la Iglesia sufriente. Los consuela, dice, a los que han pasado a las llamas expiatorias mediante la esperanza y la caridad que llevan en su alma; los consuela con la asistencia de sus Ángeles Guardianes, que les enseñan que la Iglesia militante ofrece a la justicia, para atemperar o acortar sus penas. Santa Catalina no teme decir que el alma justa termina de purificarse en en su prisión temporal a través “del incendio del amor divino más que por los ardores de un brasero material”. Dios atrae siempre y abrasa con el fuego de su amor al alma hasta haberla restablecido a su primera pureza. Y como no puede seguir esta atracción de Dios, cuya mínima demora le es le es tan penosa, como su ardiente deseo de ir hacia Él se encuentra impedido, siente entonces una pena que es propiamente la pena del Purgatorio. Está abrasada de tal manera del deseo de poseer a Dios y de ser transformada en Él, que es éste su principal Purgatorio. Pero este amor, que procede de Dios de Dios y que resurge tan fuertemente en esta alma, le causa un placer inconcebible, y es ésta última palabra y las líneas que la preceden lo que parece justificar el subtítulo de este libro: “Las delicias en los sufrimientos”; pero a lo largo de estas páginas no dejaremos de dejar bien establecido todo lo que hay de terrible en esas llamas devoradoras. Las llamas de la tierra son menos que una chispa, en comparación de este brasero de intensidad inimaginable.

Si hace falta presentar una autoridad mayor, tomaremos del pensamiento san Francisco de sales, el más dulce de los doctores, el verdadero sentimiento que debemos tener en nuestras meditaciones acerca del Purgatorio. Decía en sus escritos que nuestro pensamiento del Purgatorio debía ser mas consolador que aprehensivo. Se lamenta de que los que presentan al Purgatorio no hacen sino cargar las tintas en la descripción que las almas padecen, sin hablar del perfecto amor de Dios y de su unión a la divina voluntad , unión tan fuerte y tan invariable que no está en su poder e menor movimiento de impaciencia o de pena, ni querer otra cosa que aquello que le place a Dios, que experimentan. Los tormentos, es cierto, son tan grandes que los dolores más extremos de esta vida no pueden comparárseles; pero también las satisfacciones interiores son tales que no hay prosperidad ni contentamiento sobre la tierra que los pueda igualar, de tal suerte que bien sopesado todo, el estado de las almas en Purgatorio es más deseable que detestable, y la palabra del santo Doctor justifica la elección de nuestra divisa, como encabezado de este opúsculo: después de las dichas del cielo no hay mayores que las del Purgatorio. Santa Catalina dice que en el cielo hay más dicha.

El apóstol san Pablo en su admirable epístola a los Gálatas (V, 22 y 23) nos describe los frutos inefable del Espíritu Santo. La enumeración es de las más consoladoras; la primera es la caridad la segunda el gozo, la tercera la paz; ahora bien, ya en la tierra del exilio y valle de lágrimas el Espíritu santo procura a las almas estos tres primeros frutos, ¿cómo suponer que los retira a las almas sufrientes en el valle de la expiación después de la muerte?. La caridad es ya, aquí abajo, la fuente y el origen de otros frutos enumerados por el gran apóstol; la dicha del alma cristiana proviene de una conciencia pura y serena, despojada de las turbaciones del espíritu; la paz es el estado habitual del alma que vive en gracia de Dios; ahora bien, estos hermosos frutos del Espíritu santo no hacen sino aumentar en el alma liberada de la prisión de su cuerpo que ha recibido el perdón entero de sus faltas y que no le queda sino sufrir la pena debida a sus pecados borrados y perdonados.

A estos tres primeros frutos, san Pablo agrega otros cuatro que encontramos en las almas del Purgatorio: la paciencia, la benignidad, la bondad y la longanimidad; sí, la paciencia, porque el alma sufre con coraje y constancia las penas que sabe que ha merecido; la benignidad, benignitas, es la condescendencia afectuosa con los sufrimientos que sufre; la bondad: el alma, que está hecha a imagen de Dios no puede perder después de esta vida este rasgo de semejanza con un Dios Bueno. Finalmente, la longanimidad; sobre todo si sus sufrimientos deben ser prolongados, el alma tiene necesidad, más que nunca, de este fruto bendito del Espíritu Santo. Los cinco últimos frutos del Espíritu, son la mansedumbre, la fe, la modestia, la continencia y la castidad. La mansedumbre que forma un singular contraste con la rabia y la desesperación de los desgraciados condenados por la calma del dolor en lugar de las blasfemias vomitadas por el infierno. La fe, es decir la confianza inalterable en las promesas divinas de una felicidad inexpresable después de la expiación. La modestia sobre el rostro es la expresión de la belleza interior y del apaciguamiento de todo tumulto del alma. El alma que sufre es aún más bella que en estado de gracia de la que hablaba el cura de Ars. Si nos fuese dado verla, decía, la encontraríamos tan bella que estaríamos tentados de tomarla por una divinidad y de prosternarnos para adorarla. Finalmente la continencia y la castidad, esos hermosos frutos espirituales sobre la tierra, nos ponen a resguardo de las luchas intestinas y de los asaltos del demonio impuro. El alma ya no tiene que temer en lo absoluto, a este respecto, en los suplicios del Purgatorio. ¿No está permitido concluir que esos frutos del Espíritu Santo, bastante más abundantes en el Purgatorio que en la tierra, deben producir y hacer experimentar a esas castas esposas bien amadas y sufrientes algo de suave y de delicioso que no podemos expresar, porque no nos ha sido dado todavía, debido a nuestras imperfecciones espirituales, sentir una suerte de degustación anticipada en el fondo de nosotros mismos?

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1 Esprit de saint François de Sales, por Mons. Camus, Iª edición, 1641, volumen 6º, 16ª parte, 18ª sección

Escrito por Abate J. Cellier, Cura de Mirville
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
Colaborador de Cooperatores Veritatis
Fuente: ACI Prensa

2 comentarios:

JORGE dijo...

Si me invitan a reunirme con un presidente, por lo menos me baño, afeito y me pongo la mejor de mis ropas.

Igualmente, si voy a estar en presencia de Dios, tengo que estar limpio y en condiciones apropiadas.

Mi mamá siempre dice que si llegas al purgatorio alegrate, porque de allí ya es seguro que te vas al cielo.

Gracias y bendiciones.

Isaac dijo...

¡Gracias por tu comentario!

Así es, efectivamente, no obstante siempre hay que esforzarnos por llegar al Cielo, para ésto tenemos que ser Santos.

Saludos