"¡Testimoniad la fe a través del mundo digital! ¡Emplead esas nuevas tecnologías para dar a conocer el Evangelio de modo que la Buena Nueva del amor infinito de Dios por todos resuene de maneras diferentes en nuestro mundo cada vez más tecnológico!".
Benedicto XVI

sábado, 29 de noviembre de 2008

La Muerte*

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir…”. Jorge Manrique

La desobediencia de Adán y Eva trajo consigo a “la muerte”. Todos vamos a morir, no hay ninguno que se salve de la muerte, cada uno de nosotros por lo tanto sabemos que vamos a morir, no sabemos cómo, dónde, ni cuándo vamos a fallecer y eso nos puede asustar, por ello, nunca pensamos en eso, más bien tratamos de bajar ese miedo trivializando la muerte buscando despojarla de toda capacidad de cuestionarnos y al hacer eso nos privamos de cualquier encuentro con nuestros dinamismos más profundos.

¿A qué le tenemos miedo? Algunos miedos:

  1. Temor a la desaparición perpetua, tenemos esa semilla de eternidad que nos hace querer ser nosotros mismos siempre.
  2. Temor por lo que puede implicar nuestro pasado a la vida futura.
  3. No nos hemos fortalecido lo suficiente, tal vez no hicimos el mal pero sabemos que no dimos el todo, fuimos mediocres (pecado de omisión).
  4. Temor a lo desconocido, este es un miedo natural que se nos presenta.
  5. Al despojarse: dejar el cuerpo y dejar de ser amo y señor de la tierra.

Perspectivas de la muerte:

Sin fe:
El hecho de no saber o aceptar a Cristo en tu vida, hace que la muerte sea tu desaparición perpetua, vas contra algo muy íntimo que es tu dinamismo de permanencia, experimentas conflictos contra tu mismidad ya que la muerte es el fin de tu vida y por lo tanto tu desaparición.
Donde no hay nada por lo cual valga la pena morir, no hay nada por lo cual vivir.

Con fe:
No existe la muerte, mas bien seria una transformación de la vida.
La muerte sería el principio de una vida eterna más cercana a Dios.
Ya que el hombre está orientado y tiene necesidad de estar con Dios de una manera inmortal por ser fuente de amor, la muerte nos apertura y acerca mas a Él, nos da una respuesta a la nostalgia de infinito con la que vivíamos, a ese anhelo de plenitud, etc.

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Ante el hecho de la muerte, esta etapa nos da a nosotros un sentido ESPERANZADOR y LIBERADOR:

LIBERADOR porque aunque nos dé una cierta inseguridad despojarse de lo terrenal (cuerpo), sabemos que es la manera de estar mas cerca de Él, como San Pablo relata: "Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por una mano humana, que esta en los cielos". El temor al infierno, a vivir lejos del amor de Dios, por ello convive con nosotros un sentimiento que no brota de nosotros, sino que el señor nos los da, la ESPERANZA: virtud teologal. (Flp. 1, 21)


Encuentro conmigo mismo

Sabemos que en nuestros últimos momentos estamos acompañados de personas cercanas, amigos, familia, etc... pero luego nos encontraremos con la muerte y allí no estaremos acompañados de nadie más, cada uno muere su propia muerte, allí te verás a ti mismo y ¿Qué veras?, ¿te gustará lo que veas?, ¿será novedad lo que veas?....

En nuestra muerte no nos podemos mentir, no hay engaños, es el momento de la verdad con uno mismo, sin comparaciones con lo que pudimos, o quizás debimos ser. El tener o el poder ya no interesan, solo soy yo y la vida que viví.

Encuentro con Dios

Esta es la presencia que da sentido a nuestras vidas, para este momento nacimos y por el cual pasamos y queremos la vida eterna, tener ese amor infinito para siempre. Pero al momento de encontrarnos con Él, ¿Qué le diremos?, sabemos que no le vamos a mentir, ¿iremos arrepentidos o seguiremos añorando la “maravillosa” vida terrenal sin la presencia de Dios?. En ese momento tendremos un abogado que sabe quiénes somos y está sediento de misericordia por lo tanto no ha de temer porque nos ama, aquel es Jesucristo.
No tenemos una segunda vida, no tenemos más que una sola oportunidad de hacer las cosas bien, la vida es un peregrinar que su fin es la muerte, o aceptamos a Cristo o lo rechazamos, no debemos elegir mal, porque ya no volveremos a vivir acá como para reponer todo.

Por todo lo señalado, el Señor nos invita a velar hasta que llegue el día por una doble connotación: a vivir una alegre esperanza y por el misterio de la iniquidad, ya que el hombre siempre será tentado por el demonio.

Ya que no sabemos cuándo nos hará Dios entrar a su morada, tendremos que velar y orar para así esperarlo con el corazón abierto y que su llegada no nos agarre desprevenidos, sino preparados.

El mundo nos engaña muchas veces. Es un absurdo saber lo que nos hace bien y hacer todo lo contrario, como San Pablo nos dice: "Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rom 7,18-19).

Todos sabemos que moriremos, pero ninguno sabe cuándo.

La edad que tenemos cuando la muerte se nos presenta sólo influye en el desprendimiento de nuestras vidas, ya que ella no nos pertenece, aunque no es concebible que ese desprendimiento de nuestras vidas se tratase por el sufrimiento o cansancio que se adquiere en el transcurso de aquella. ¿Estamos preparados?, ¿Cuándo lo estaremos? debemos estar preparados siempre.

¿Por qué no hay que esperar hasta el último momento para reconciliarnos con Dios?

No podemos esperar como "el buen ladrón" que fue perdonado por Cristo en su ultimo momento. No es que Dios no nos perdone, sino más bien que en ese momento que necesitemos hacerlo, tal vez nosotros tendremos el corazón duro como para querer reconciliarnos con Él.

En ese momento se pierde el silencio y la reverencia para escuchar de verdad, “...¿Qué nos hace pensar que llegado el momento tendremos la sensibilidad para percibir su presencia, y no inventaremos una excusa más a las que nos hemos acostumbrado a lo largo de años de engaño?...” (G. Doig), él también nos dice que es como jugar a la ruleta rusa con todas las balas menos una.

Contestemos su llamado con los brazos abiertos, mientras tanto aprovechamos el tiempo para nuestra santificación.

En conclusión, la vida da sentido a la muerte, nuestro encuentro con Dios es lo que buscamos siempre, por lo tanto ¡NO TENGAMOS MIEDO!, dejemos todo en la tierra para ir en su encuentro.

Seamos como María que vivió en continua vigilia, silente y atenta a acoger la palabra de Dios y ponerla en su obra. Como ya dije, no hay muerte, sino solo transformación de la vida.





(*)Toda esta publicación es el resumen de una reunión de nuestra Agrupación Mariana en el que el tema principal fue el libro: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?”

Autor: Germán Doig.*

2 comentarios:

JORGE dijo...

Gracias a Cristo, nosotros vemos la muerte, no con resignación, sino con esperanza.

Gracias y bendiciones

JORGE dijo...

Hola,

Solo pasé para desearles que en cada día de este 2009 que se nos viene, puedan transmitir adecuadamente (como siempre) a los demás ese Cristo que habita en ustedes, y que siempre vean a ese mismo Cristo en los demás.

Gracias y bendiciones