"¡Testimoniad la fe a través del mundo digital! ¡Emplead esas nuevas tecnologías para dar a conocer el Evangelio de modo que la Buena Nueva del amor infinito de Dios por todos resuene de maneras diferentes en nuestro mundo cada vez más tecnológico!".
Benedicto XVI

miércoles, 25 de junio de 2008

Iglesia Católica: ¿Empresa Humana?

"El llamado de los Apóstoles"
Doménico Ghirlandaio (1449-1494)
Capilla Sixtina - Vaticano

«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo»
Mt. 10, 26-33


He hecho una pequeña meditación acerca del Evangelio del último Domingo, motivado también por la homilía del sacerdote que celebra la Misa a la que asisto.

Como deben saber, el Evangelio del domingo, como el del domingo anterior, es un fragmento del capítulo 10 del evangelio según San Mateo. Este capítulo es muy importante ya que se narra cómo el Señor Jesús llama a los doce Apóstoles [1] y los envía a anunciar el Evangelio.

Las palabras del sacerdote celebrante en ese momento de la homilía fueron como una exhortación (fuerte y amorosa), y es que nos dijo -haciendo referencia a Jesús- de una manera muy seria y directa: “Sin mí no podrán hacer nada”. Algo que se entendía en cada comparación que hacía del Evangelio con la vida del cristiano de hoy; Algo queda a conclusión nuestra, pero que en este caso el sacerdote saca a la luz para que podamos comprenderlo de una manera más clara.

Podríamos inferir que el Señor Jesús les dice a sus apóstoles: "Sin mí, ustedes no podrán hacer nada", palabras muy fuertes para aquellos que han sido llamados a tan grande misión.

"Sin mí, ustedes no podrán hacer nada", Jesús le dijo eso a sus apóstoles hace casi 2000 años, y nos lo repite ahora, en el 2008, a todos nosotros [2].

Es muy duro escuchar estas palabras, sobretodo ante nuestra experiencia de trascender, de llegar más allá, de ser infinitamente felices que se contrastan con nuestras limitaciones, a pesar de todos estos profundos anhelos.

Estas palabras también se contrastan con un mal actual, que se difunde de una manera impresionante a través de los medios de comunicación: La soberbia, manifestadas en la autoeficacia y superación personal, entre otros "valores". Esta soberbia, al contrastarse de igual manera con la experiencia de ser limitados genera en el hombre actual frustración, tristeza, entre otros males. No es extraño ver como muchos millonarios terminan suicidándose en un ataque de depresión (a pesar de que un millonario es una persona que podría tener todo lo que quisiera).

Ante todo esto viene la pregunta de si la Iglesia Católica es una empresa humana, es decir, si la Iglesia se mantiene en pie gracias a nuestros propios esfuerzos.

Sobre este tema podemos mencionar a un monje del siglo V llamado Pelagio [3], que comenzó a predicar que es posible hacer el bien y vivir íntegramente los valores humanos que dignifican a la persona apoyándose en la libertad (que era la gran fuerza que Dios había dado al ser humano), y que con eso bastaba. Para él no existe una gracia de Dios que obre en el interior de la voluntad humana para ayudarla a plegarse a la Voluntad de Dios, a reconocer el Bien y a tener fuerza para seguirla.

Esto implica caer en una herejía, ya que está en contra de la doctrina de la Iglesia Católica, aunque es el argumento del soberbio. Pero hay que reconocer que la Iglesia se ha mantenido a lo largo de la historia, en estos 2000 años, ni ha muerto como otras organizaciones, doctrinas o imperios que con el paso del tiempo han caducado; todo esto por la Gracia que Dios derrama sobre nosotros siempre.

Porque la Iglesia es Divina, porque fue fundada por Jesucristo, y es santificada por el Espíritu Santo, este poder divino hace de esta "empresa" trascienda a lo largo del tiempo y no caiga -como otras-. Además de esto la Iglesia es humana [4], compuesta por hombres, que tenemos anhelos de trascender, de llegar lejos, pero somos limitados y a veces débiles, pero a pesar de esto tenemos la Gracia que nos da fuerza, y podemos decir como el Apóstol de los gentiles: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» [5].

La Iglesia somos TODOS, no se limita al Papa, a los obispos ni a los sacerdotes, más bien somos todos los bautizados, y todos somos miembros importantes, por lo que cualquier cosa que hagamos beneficiará o afectará a la Iglesia.

Por eso hay algunos aspectos en los que hay que tomar conciencia, para ver cuánto es que en verdad ponemos nuestra confianza en Dios, y cooperamos con su gracia para avanzar en nuestra vida cristiana:
  • La Oración: ¿Que tan intensamente rezamos todos los días? ¿Nos encontramos diariamente con Jesús en el Santísimo Sacramento? ¿Tenemos momentos fuertes de oración en el día, en los que se nutre nuestro quehacer diario?
  • Frecuencia de Sacramentos: ¿Vamos sin falta los Domingos a la Santa Misa? ¿Acudimos con frecuencia al Sacramento de la Reconciliación? ¿Nos preparamos debidamente para recibir a Jesús Sacramentado, sobretodo los Domingos, y si puedo el resto de la semana?
  • Rectitud de Intenciones: Esto se refiere a por qué hacemos nuestras actividades espirituales o cristianas, ¿Por amor a Dios? ¿O por cumplir una serie de "exigencias" del cristiano?
Creo que esta reflexión nos puede ayudar a ser cada día más fieles a la Iglesia Católica y recordar que no somos superhombres, sino que estamos llamados a cooperar con la Gracia de Dios para alcanzar la felicidad que tanto anhelamos.

Recemos incansablemente por nuestra Iglesia, por la fidelidad de cada uno de sus miembros, en especial por nuestro Santo Padre Benedicto XVI.

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[1] Cabe recordar que la palabra Apóstol viene de la palabra griega ἀπόστολος: "enviado". Enviados por Cristo.
[2] Es importante recalcar: Jesús no dice literalmente esto en el Evangelio del Domingo, pero como les expliqué más arriba se puede inferir -no suponer- que esto nos dice el Señor Jesús a través de estas palabras, para poder ayudar a esta reflexión.
[3] Pelagio negaba la existencia del pecado original, falta que habría afectado sólo a Adán, por tanto la humanidad nacía libre de culpa y una de las funciones del bautismo, limpiar ese supuesto pecado, quedaba así sin sentido.
[4] Ver
CEC 771
[5] Ver
Flp. 4, 13

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